Roger Wolfe nació en Westerham (Kent, Inglaterra) en 1962 pero reside en España desde los cuatro años. Ha trabajado como mozo de supermercado, limpiapiscinas, repartidor, jardinero, barman y pinche de cocina antes de ser traductor e intérprete. Su obra (poesía, novela, relato y ensayo) se sitúa entre el realismo sucio y el expresionismo. Premio Anthropos de Poesía 2000 y Premio Ciudad de Barbastro de Novela Corta es autor de los libros Quién no necesita algo en que apoyarse, El índice de Dios o Dios es un perro que nos mira; los poemarios, Diecisiete poemas, Máquina de sueños, Días perdidos en los transportes públicos, Hablando de pintura con un ciego, Arde Babilonia, Mensajes en botellas rotas, Cinco años de cama, Enredado en el fango, El invento (Antología poética); los ensayos Todos los monos del mundo, Hay una guerra y Oigo girar los motores de la muerte.
Roger Wolfe es uno de los escritores más atrevidos y cáusticos de la literatura española actual. Considerado el introductor del «realismo sucio» en España, de manos de algunos de sus escritores de referencia, como Charles Bukowski y Raymond Carver -a quienes ha traducido-, y el escritor más vigoroso y original de su generación, con una obra de gran peso filosófico que derriba barreras entre géneros y se conforma como la expresión de lo que el propio autor llama «escritura total». Su obra poética no ha pasado desapercibida, creando escuela y siendo, sin lugar a dudas, una de las principales influencias de la poesía joven actual.
Roger Wolfe es, por tanto, una de las primeras firmas poéticas españolas de la actualidad. Su publicación Vela en este entierro (Ediciones del 4 DE AGOSTO, 2006) -su primer libro de poesía en cinco años- supone, junto a la reciente de Jesús Hilario Tundidor y su obra Escalada, la edición poética más importante realizada por una editorial riojana. Vela en este entierro. 32 poemas en prosa -ilustrado por el prestigioso dibujante de cómic Miguel Ángel Martín (Premio Yellow Kid al Mejor Autor Europeo)- supone la vuelta de Roger Wolfe a la literatura y más concretamente a la poesía, publicando la que es su primera incursión en la poesía en prosa.
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Los animales.
¿Quién les va a dar vela en este entierro? Porque el entierro es el suyo, más si cabe que el de nadie.
Su casa es la que se está desmoronando.
Hay pensadores -son pocos, pero alguno hay- que ya se plantean seriamente la igualdad literal entre animales y humanos; y en algunos casos (los delfines, por ejemplo; ciertos primates) su manifiesta superioridad, no sólo física, sino intelectual, cuando se les compara con el lamentable bípedo implume medio.
No hablo de lunáticos francotiradores marginales, sino de pensadores de relativo peso específico; de académicos supuestamente tenidos en cuenta.
Han llegado tarde. Yo -si se me permite la inmodestia- se lo podría haber dicho hace mucho tiempo.
Pienso en el tigre de Blake; en el «último lobo de Inglaterra» del poema aquel de Borges, de Los conjurados.
Es todo de una tristeza infinita.
A la guerra deberíamos darle la bienvenida, pero no matará, ni por asomo, a humanos suficientes; y encima devastará todavía más lo poco que hemos dejado en pie de nuestro entorno natural…
Jeffers lo decía: «Quinientos años de invierno, y tumbas de morada».
Quinientos, mil, mil quinientos años de invierno; la eternidad entera, de destierro y congelación, para esta odiosa humanidad.
Una uña, qué estoy diciendo una uña, un simple pelo de cualquiera de mis perros vale más que toda nuestra especie.
Quisiera seguir, pero el lenguaje se me troncha. Y los escupitajos no se pueden imprimir.