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Comunicación y divulgación

Por Luis Martínez Saez

¿Existen diferencias entre comunicar y divulgar la ciencia? Por comunicar (lat. comunicare) entendemos “hacer a alguien partícipe de lo que uno tiene” (RAE). En nuestro caso, dar información sobre la ciencia de tal forma que pueda ser entendida por el público al que nos dirigimos. Comunicar la ciencia significa compartir nuestras teorías y conocimientos, los nuevos y aquellos ya consolidados que ayudan a comprenderlos. La comunicación exige utilizar un lenguaje asequible, usar herramientas explicativas o didácticas, como son las metáforas adecuadas, y servirnos de imágenes y animaciones que permitan visualizar los fenómenos. La comunicación implica actualidad, noticia, …

Por divulgación (lat. divulgare) se entiende extender, poner algo al alcance de la gente no experta. Aunque ambos términos, comunicar y divulgar, y las actividades que describen, estén maclados, podemos reservar el de “divulgar” para describir aquellas acciones que pretenden extender los conocimientos científicos y tecnológicos con independencia de si son novedosos o de actualidad. Es una actividad que, al elevar la cultura científica de los ciudadanos, facilita el entendimiento de las noticias que surgen de la mano del avance científico. Lo dicho es perfectamente opinable y discutible.

¿Debo perder el tiempo divulgando mis resultados?

Los investigadores son conscientes de que comunicar sus resultados no les acarrea significativos beneficios. En efecto, dar a conocer sus avances a través de los medios de comunicación, participar en actividades de divulgación (Ferias y Semanas de la ciencia, Exposiciones, Jornadas de Puertas Abiertas, etc., desarrollar materiales didácticos que sean útiles a los profesores de Enseñanza Media, etc.,…), organizadas por el centro donde trabajan, son labores que no suelen reportar beneficios económicos, ni curriculares, ni académicos. La nueva Ley de la Ciencia seguramente tampoco supondrá avance alguno significativo en este campo.

Divulgar la ciencia no es un lujo y sí una urgente necesidad

Sin embargo, comunicar lo que se investiga es la otra cara de la tarea investigadora. Una sociedad más culta en ciencia se compromete mejor con aquello que los científicos se traen entre manos. La tarea investigadora necesita buenos aliados. Sólo así los políticos, los legisladores, los comunicadores, los empresarios…, se sentirán urgidos para dar a la I+D+i el peso que ha de tener en un país desarrollado. Si el investigador permanece ajeno a la sociedad, ensimismado en su mundo, al margen del bien y del mal, aunque cumpla con su primera obligación (investigar) habrá ignorado la oportunidad de impulsar la cultura científica en los ciudadanos y, con ello, la valoración que hacen de su papel en la sociedad. Por otra parte, entusiasmar a los escolares es el mejor camino para promover vocaciones científicas entre los más jóvenes.

¡Que divulguen otros!

Gravísima postura sería ésta. Tanto como la expresada por la famosa frase de don Miguel de Unamuno que la inspira. La original resumía el sentimiento de una sociedad enrocada en su tradicional cultura de letras, defendiéndose de una Europa “contaminadora”, llena de vitalidad científica e industrial. En sus disputas con Ortega y Gasset, don Miguel repitió la formulación de este sentimiento expresándolo de muchas maneras. Merece la pena citar una de ellas: “Inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones. Pues confío y espero en que estarás convencido, como yo lo estoy, de que la luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó”. No es difícil entender las nefastas consecuencias de esta manera de pensar y el tremendo retraso que, para la cultura científica de nuestros ciudadanos, ha significado tal postura.

¡No a las dos culturas!

El desprecio por la comunicación y divulgación científica expresaría de igual forma una postura retrógrada además de ignorar la tremenda importancia que, para el propio mundo de la investigación, tendría conseguir un buen nivel en la cultura científica de los ciudadanos. Ignorar la responsabilidad que centros y científicos contraen con la sociedad, significa perpetuar la gran brecha cultural que C.P. Snow definió con el término “las dos culturas” para referirse al paradigmático desencuentro entre “cultura literaria” y “cultura científica”.

Bajemos de la torre de marfil

Los ciudadanos tienen derecho a que se les expliquen las cosas, a entender mejor lo que se descubre, a conocer el fundamento científico de las muchas innovaciones que se manejan en un mundo tan sofisticadamente tecnológico. Su sana curiosidad por saber más debe ser estimulada y satisfecha. Si algún investigador tiene dudas sobre este derecho debería recordar que son los ciudadanos quienes pagan sus facturas. Y si no, pensemos: ¿cuánto cuesta un paper? Y si, como ocurre, es mucho, ¿no parece razonable explicar su contenido? Adentrados ya en el siglo de la tecnociencia, ¿no debemos fomentar desde la orilla de la investigación una cultura integradora que permita a nuestros ciudadanos alejarse del analfabetismo científico y tecnológico?

Para terminar, escuchemos unos testimonios reveladores sobre este particular, contenidos en una serie de entrevistas.

Fernando Cornet (Prof. de Física Teórica. Universidad de Granada)

Juan Arana (Catedrático de Filosofía de la Universidad de Sevilla)